La historia de los inicios de Halloween en Corea
Artículo original
publicado el 29 de octubre de 2022 en koreatimes.co.kr
Original por: Robert Neff
Traducción por: Lizzy Z.
Una tarjeta navideña inquietantemente hermosa de la década de 1930 /
Colección Robert Neff
Nuevamente ha llegado esa época del
año en la que aterradores fantasmas, zombis, vampiros y brujas compiten con
hermosas princesas, personajes heroicos modernos y adorables criaturas
extravagantes sacadas de las páginas de los cómics por premios y elogios: es,
por supuesto, Halloween.
En Corea, se cree que Halloween
es un evento de reciente creación, quizá tan reciente como la década de 1980,
cuando por primera vez fue posible para el coreano promedio viajar al
extranjero por placer. Por supuesto, había excepciones. Las fiestas de
Halloween se celebraban a menudo en instalaciones militares estadounidenses y,
por lo general, estaban limitadas al personal militar y sus familias. Sin
embargo, hubo fiestas de Halloween incluso anteriores: los participantes eran
estadounidenses, pero no militares, sino misioneros y sus familias.
El 31 de octubre de 1908, Ethel
Mills, una misionera, se quejó de que era “la noche de Halloween y no había
nada que hacer en Corea”. Concluyó que “evidentemente ellos [no está claro si
se refería a sus compañeros misioneros o a sus vecinos coreanos] no tienen
todas las ideas bárbaras en boga”. Casi de manera indirecta, expresó su
agradecimiento por no estar designada a la ciudad de Pyongyang durante el
invierno. Pero si lo que deseaba era Halloween, Pyongyang era el lugar ideal.
En 1913, los misioneros de
Pyongyang celebraron una gran fiesta de Halloween a la que fueron invitados
todos los niños de la comunidad. Fue un evento festivo. Un participante adulto
recordó: “Teníamos galletas, castañas, palomitas de maíz y luces de calabaza
listas. Alguien envió un montón de helado y otro un gran tazón de malvaviscos
que tostamos de un lado en palitos largos”.
Samuel Austin Moffett, “el
misionero líder de la estación y un hombre fuerte y elegante”, fue sin duda la
atracción estrella del espeluznante evento. Con el deseo de entretener y
confundir a sus dos hijos (James (8) y Charles (5)) así como a los otros niños,
se disfrazó de brujo “y predijo la buenaventura a la perfección”.
Quiero creer que los niños
coreanos, miembros de la congregación, también fueron invitados a esta fiesta
espeluznante y es una pena que no tengamos sus impresiones de esta pintoresca
tradición de ahuyentar a los espíritus malignos con máscaras aterradoras y
linternas de calabaza. Teniendo en cuenta que los jóvenes muchachos de Joseon
hacían linternas con nabos y rábanos a finales de otoño, imagino que las
linternas de calabaza no habrían impresionado a los niños coreanos.
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"Un hito del exorcismo", alrededor de principios del siglo XX
/ Cortesía de la Colección de Diane Nars
Sin embargo, todavía me sorprende
que hace muchos años, una noche, la policía local me visitó y me pidió una
explicación de por qué tenía una calabaza delante de mi puerta. Al parecer, mi
vecina mayor, que tenía tendencia a deambular por la noche y mirar benignamente
por las ventanas, se sorprendió al ver mi lamentable calabaza (era muy pequeña)
y lo denunció a la policía; creía que era un duende. No estoy seguro de a qué
juegos de Halloween jugaban los niños misioneros en Pyongyang, pero sus
compañeros coreanos probablemente podrían haberles enseñado algunos.
Según Stewart Culin, un experto
en juegos del siglo XIX, había un juego que practicaban los niños coreanos
llamado “la búsqueda del cadáver”. Aunque el nombre puede sonar siniestro y
morboso, era más bien benigno. El “buscador” tenía los ojos vendados y sus
compañeros escondían un objeto pequeño (una piedra o una baratija pequeña)
debajo de los tapetes, detrás de un mueble o en un agujero en el suelo. Una vez
escondido el objeto, el buscador preguntaba: “¿Lo enterraste?”. Cuando recibía
una respuesta afirmativa, comenzaba a buscarlo.
Los jóvenes son propensos a
realizar actos heroicos cuando hay alcohol de por medio y no era raro en el
pasado, como en el presente, que un adolescente fuera obligado por la presión
de los compañeros a demostrar su valentía. Muriel Morris, la hija de un
misionero que vivía en Wonju a principios de los años 20, recordaba: “Los
coreanos tenían mucho miedo de venir a nuestro patio por la noche porque pensaban
que estaba embrujado, ya que antes había sido un cementerio. Así que una noche
un grupo de jóvenes bribones estaban en la ciudad bebiendo y desafiaron a este
tipo a subir allí y clavar una estaca en el suelo para dejar salir a los
demonios. Y lo hizo. Cuando intentó irse, no podía moverse, algo lo estaba
agarrando. Se desmayó, estaba tan asustado. A la mañana siguiente, cuando sus
amigos subieron a ver qué le había pasado, lo encontraron tirado en el suelo. Se
había clavado la estaca en su abrigo largo”.
Fue en Wonju, hace muchos, muchos
años, cuando yo era un joven soldado, donde escuché mis primeras historias de
fantasmas coreanos. La historia que más me horrorizó no involucraba entidades
sobrenaturales, sino mortales lamentables desesperados por una cura. Un día, la
abuela de mi amigo me dio un pequeño paquete de chiles en polvo y me dijo que
lo tuviera conmigo en todo momento.
Mi amigo me explicó con paciencia
(él no hablaba mucho inglés y yo hablaba muy poco coreano) que su abuela
pensaba que yo era un chico guapo y que le preocupaba que me acercara demasiado
a los campos de maíz. En el pasado, a veces, las personas que padecían lepra
(enfermedad de Hansen) se veían impulsadas por la desesperación a secuestrar a
niños pequeños y matarlos para poder comer sus hígados con la creencia errónea
de que eso curaría su enfermedad. Los campos de maíz eran lugares ideales para
estos actos. El chile en polvo debía arrojarse a los ojos de mi posible
asesino.
En el pasado, los gatos tenían un
papel bastante oscuro en la sociedad coreana. A veces se los mataba de forma
horrible para fabricar tónicos para la salud. Según un folclorista, también se
los podía utilizar para combatir el crimen: “Un ladrón quedará lisiado si le
marcan la huella con un cuchillo. Un criminal morirá si hierven un gato dentro
de un caldero. Un criminal quedará ciego si le pinchan el ojo a un caracol con
una aguja”. Pero también se temía a los gatos: si un gato corría hacia los
conductos de la calefacción significaba que alguien, probablemente dentro de la
casa, moriría pronto. Los gatos incluso podían atormentar a los muertos.
"El general de la tierra inferior y su esposa", alrededor de
1910 / Colección Robert Neff
Según Edward Morse, que
entrevistó a coreanos mientras vivía en Japón en la década de 1880: “Entre las
supersticiones coreanas está la de que no les gusta que un gato se acerque a
una persona muerta. Si ocurre un accidente de este tipo, el cadáver se pone de
pie y hay que derribarlo con una escoba”.
Es fácil descartar esta idea como
una simple superstición del pasado, pero hay quienes creen en su veracidad. En
1991, un joven estudiante universitario (que permanecerá anónimo) escribió
sobre una de las experiencias de su padre con un gato y los muertos.
El incidente tuvo lugar en 1943,
cuando su padre tenía 19 años y servía en Manchuria con el ejército japonés.
“[Mi padre] se vio obligado a trabajar como empleado civil en una unidad de
infantería japonesa. Muchos soldados murieron como resultado de los frecuentes
conflictos con las unidades de rangers chinas y coreanas. Y se esperaba que
asistiera a los funerales y cantara canciones militares por las muertes
“gloriosas” de los soldados del ejército imperial japonés. Durante uno de estos
funerales, vio un gato negro corriendo alrededor del ataúd y, de repente, el
ataúd se puso de pie por sí solo. Uno de los tenientes de su unidad disparó al
gato hasta matarlo y, a continuación, el ataúd se desplomó de inmediato en el
suelo. Todos los presentes estaban aterrorizados y dos soldados se desmayaron”.
El largo camino a casa, alrededor de 1930 / Colección Robert Neff
Así que, esta noche, cuando
salgas a celebrar un Halloween adelantado, recuerda que un misionero
estadounidense llamado George Heber Jones una vez describió a Corea como el lugar
más embrujado de la Tierra, lleno de demonios y fantasmas.
Según él: “rondan en cada árbol
umbroso, en cada barranco sombrío, en cada manantial y en la cima de la
montaña. En las laderas de las colinas verdes, en los valles agrícolas
pacíficos, en los valles herbosos, en las tierras altas boscosas, junto a lagos
y arroyos, junto a caminos y ríos, en el norte, el sur, el este y el oeste,
abundan, haciendo de los destinos humanos un juego maligno. Están en cada
techo, cielorraso, horno y viga. Llenan la chimenea, el cobertizo, la sala de
estar, la cocina, están en cada estante y jarra. A miles acechan al viajero
cuando sale de su casa, a su lado, detrás de él, bailando frente a él, zumbando
sobre su cabeza, gritándole desde el aire, la tierra y el agua. Se cuentan por
miles de millones, y se ha dicho con razón que su ubicuidad es una parodia infame
de la Omnipresencia Divina”.
No corra riesgos (lleva chile en
polvo) y disfruta de un Halloween genial.
Robert Neff es autor y coautor de
varios libros, entre ellos, Letters from Joseon, Korea Through Western Eyes y
Brief Encounters.
Artículo original en
inglés: https://www.koreatimes.co.kr/www/opinion/2022/10/137_338768.html
*Este artículo es una
traducción sin ningún intento de plagio.